Nada hay que me de más
asco que los ascensores, ni más miedo que las escaleras, ni más
pánico que volar. El acueducto queda como a tres mil millas sobre el
océano, mi casa es un hervidero de moscas, los ampulosos gritos de
mis vecinos me desconcentran, veo la trompa de un elefante asomándose
por la puerta, cierro de golpe, y así, de una trompada, comienzo la
sinfonía do de re en sol mayor decano primero al cubo cuadrado. En
mi planeta lo hacemos así, en los demás el sexo es otra historia.
Primero seducen, luego dejan caer alguna lágrima, pomposamente se
entregan flores. Ya me derrito entre los burbujones de lluvia y me
convierto en soporífero charco, me condenso, y de nube subo al cielo
de Los Informes, dragones colosales de diez cabezas. Sólo diez,
porque tantos cerebros juntos conforman una desordenada égloga.
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