martes, 22 de noviembre de 2016

Ni un paso en falso


Oye un sonido confuso. Podrían ser martillazos, aunque no descarta el paso asimétrico de un lisiado con pata de palo. ¿Y si fuera la respiración de un ser extraterrestre que vive del otro lado del muro? Obdulio Olivares es un hombre temeroso, irresoluto, voluble, ambiguo. Ha vivido a la sombra de su madre inválida hasta cumplir los sesenta, cuando ella murió, y nunca aprendió a ser adulto. Por eso no se anima a salir al pasillo, golpear la puerta del departamento vecino, y preguntar. Lo piensa mucho. Sale, da pasos cortos mirando a todas partes.
-¿Tiene un poco de sal?- pregunta.
El extraterrestre le mira raro. Obdulio se aprieta el cinto y respira fuerte.

El extraterrestre oye pasos, podría ser un lisiado, un enclenque con los pies deformes. En su planeta los ecos son meros sonidos fugaces y los sonidos fuertes le produces oleadas de grandes vómitos.
-¿Sal? Ninguna.

              


                                                                               Sergio Gaut vel Hartman & Raquel Sequeiro

La tormenta

Esteban Moscarda & Raquel Sequeiro

Quinientos soldados han desaparecido. De pronto, de la nada, una tormenta de características inusitadas para nuestra realidad apareció en el horizonte (su cuerpo era gris, con destellos violetas, una lluvia como de algas muy verdes salía de sus ojos), aparcó sobre el campo de batalla (Inglaterra, año 1234, alguna terrible guerra olvidada, algún capricho real, algún príncipe en apuros) y se devoró a los mencionados guerreros. Observo las manecillas del reloj, sentado en la butaca, cerca de la ventana abierta, a punto de dar las doce. Mis manos son casi las de una momia, mis cabellos ralos se caen, mi cabeza es apenas una calavera. Han pasado tantos años… Aún recuerdo lo intenso de la nube que se acercaba; mis miembros ya no responden. 500. Ahora sé que los protones de uranio giraron a toda velocidad, y no soy el único en el proyecto. 500 soldados viajando al futuro.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Abrumada – Sergio Gaut vel Hartman & Raquel Sequeiro


Elvira percibió el aroma del cedro y sintió la necesidad de correr hasta el pie de los acantilados, donde estaba la tumba de Esteban, cubierta de polvo y piedras. Sabría que, una vez allí, no podría evitar el llanto, el abrumador peso de las cosas perdidas, el fracaso, los detalles de una vida en común peleándose entre sí para forzarla a elegir un recuerdo, como si pudiera existir uno más importante que los otros. El acantilado estaba allí, pensó Elvira, y no pudo evitarlo. Se quejó en las profundidades de su desdicha, reflotando su cuerpo misteriosamente. Samuel y Marcos la secaron con una toalla; el viaje en barco sería largo, pero siempre estarían, de eso estaba segura, y encontró el mejor instante que poseía: el presente, el ahora, sus nietos hablando con la camarera; sonrió y se perdió entre las mesas, tan silenciosa y hermosa como una ninfa.

Los egiptonautas. Viaje durante un período orbital

Los egiptonautas. Viaje durante un período orbital- Raquel Sequeiro

-Estaba programado.
-¿Para qué?
-Para funcionar con etanol.
Se rascó la cabeza desnuda, dubitativo. No conocía a ninguno que funcionara con etanol. El marcador de flujo en la espalda del autómata estaba en 60. Observó el brillo metálico de los ojos y le colocó la cabeza hierática, absolutamente pletórico; por oposición, Nefertosi se reclinó con tranquilidad en una silla, al fondo de la enorme sala.
-¿Has visto esto? -preguntó Apofis.
-¿Qué es?
Apofis había encontrado algo entre los trastos viejos de la antigua oficina del nomarca Amesovet.
-Habla de un aquelarre -explicó, inclinado sobre el libro.
Nefertosi se acercó. La peluca olía a incienso fresco.
-¿Brujas? ¿Qué es eso?
-No lo sé, querida Nefertosi, pero se juntan en claros de luna en un tradicional juego. Veneraban a Akerbeltz.
-Una completa tumba egipcia.


Estatua. Fernando Andrés Puga & Raquel Sequeiro

Estatua - Fernando Andrés Puga & Raquel Sequeiro

Poseidón está sentado en el trono. La ninfa, arrodillada a sus pies, apoya la cabeza sobre la falda del dios. La mano derecha del señor de los mares descansa sobre la cabeza de la ninfa que, a juzgar por las arrugas de la túnica que la cubre y la languidez con que caen sus cabellos, parece recién salida de las aguas. Uno de sus senos asoma entre los pliegues.
Cuando noté que Poseidón movía la mano, me sobresalté. No pensé que fuera a tocarme así, tal y como lo hizo.
Me deshice en agua y un llanto confuso brotó de mi garganta. ¿Por qué lo prefiere a él y no a mí? ¡Oh, el mordisco de los celos.! Perseo, Poseidón, su tridente... Vagaban en ese minúsculo recéptaculo de amor por una górgona. Lamenté no ser una estatua, que, incipiente, brotase del mar, con ese seno descubierto y una espada.


Desert Earth

 Una basta extensión de tierra quedaba frente a sus ojos. Pompeya, la inmensa ciudad de los rascacielos pomposos y las limusinas fúnebres.
-¿Te ha dicho algo el psiquiatra, Katerina?
Katerina resopló. El calor hacía que le chorreara el sudor por el pecho, bajo el traje de época.
-Querida, no era necesaria tanta parafernalia.
-Tú que sabrás. Mira.- Katerina quedo absorta, embaucada por las luces, la música y los fuegos artificiales.
-Pompeya ya no es lo que era -comentó su partenaire-. Solía tener el brillo de una diosa.
-Una diosa pagana, querido, eso es lo que es Pompeya.
-Desde que cayeron los cultos al dios Cernnuno, me maravilla. Es tan necesario que llueva.
-¿Y a qué viene eso ahora? –Katerina frunció el ceño. Observó a los bailarines ilusionada.
-Es un desierto, querida.
Katerina obvió el tema de los hologramas, desconectó los implantes y salió de la casa.