viernes, 1 de noviembre de 2013

El pueblo

Cuando tengo los ojos azules, mi frente es de un color cerúleo. Nada de esto preserva una gran importancia: mi incapacidad para cortarme las uñas, sí, o para jugar al bádminton, o para comer chicle, pese a que soy juez y tengo cuatro hijos, que, en el árbol genealógico serían señalados como murciélagos, otros tantos como licántropos y unos pocos como vampiros y hadas; con semejante descendencia apenas puedo cerrar los ojos un instante al día, a lo sumo. Por suerte las brujas del pueblo empiezan a cotillear y ya sabemos aquí que de parecer a ser hay un corto trecho.

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