Arrojó el cigarrillo al charco y saltó. Había estado pensando en
Gustavson, el único paciente con el que se sentía ligado por una
relación afectiva, un sueco con el que uno podía conversar sin sentir
que lo hacía con un imbécil. Pero eso no era suficiente para hacerle
cambiar de idea. El mundo es un nido de idiotas, reflexionó, un agujero
negro de miserables y pervertidos. Gustavson le había contado todos sus
sueños, pero no lo hizo para que los investigara y lograse descifrar
algo, lo hizo para que el viaje fuese menos monótono, para que,
momentáneamente, el hecho de no vislumbrar tierra y estar terminando las
reservas de comida resultase menos pretencioso. Había un laboratorio en
el camarote de Gustavson y a él le gustaba llamarlo de una forma
especial, porque, al abrir la puerta del espejo, el mundo dejaba de ser
sólo agua y un barco solitario.
Sergio Gaut Vel Hartman & Raquel Sequeiro
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