Mi nuevo vecino está soñando. Lo sé porque yo sueño con él. O, mejor
dicho, yo lo sueño. El consorcio no sabe nada. Sospecho que de enterarse
buscarían la manera de subir las expensas. El edificio se valoriza por
ser la clara inventiva de hombres que nunca despiertan. Cualidad que los
turistas valoran mucho, según parece. Nunca despiertan porque están
conectados a máquinas y electrodos que dominan sus pensamientos y, en la
casi realidad del sueño, se juzgan despiertos. Son ahora los turistas
los que están dormidos, deambulando dentro de los sueños de los hombres
que nunca despiertan. Camelia deja el equipaje. Es un símbolo de la
crudeza del lugar, del suelo ajedrezado que la deja insomne. En
realidad, todos están dormidos, pero nunca duermen: sueñan, aunque es
real el sueño, y la pequeña niña llega con su bolsa de fin de semana, y
desconecta los electrodos, y todos esos hombres que sueñan están a punto
de dormir.
-No puedes despertarlos –dice a su lado su padre.- No
terminarían de crecer, se corromperían. Protesta Camelia, diciendo que
cualquiera está dormido, huéspedes o inquilinos, todo el mundo sueña.
Me
despierto, enciendo la luz de la mesita. Veo a mi novio desnudo a
través de la puerta del baño. Nunca fuimos normales. Ahora nadie sabe
que sueña, sólo sé que Rudolf Arthur Jenckins era el mejor alquimista
del mundo.
Alejandro Bentivoglio & Raquel Sequeiro
sábado, 21 de diciembre de 2013
domingo, 3 de noviembre de 2013
Hojalatas End (Volviendo de Oz)
en el final del mundo, cuando ya no podía encontrar nada más, se alzó una roca gigantesca. Tenía boca y ojos y hablaba con un corazón de hojalata incrustado en el centro. Debía medir unos cuarenta pies. Por un momento creí que podría devorarme. Se limitó a contarme que, detrás de todas las montañas metálicas, había un mundo nuevo.
-¿Nuevo? -pregunté.
-A veces lo nuevo asusta -dijo.
Yo observaba el corazón metálico, que, al bombear, recreaba esos sonidos enigmáticos. Todos esos crash y crus y bis y tizssss... todos esos sonidos tan escasos como diferentes, abstraído por completo de mis pies y los ladrillos amarillos.
-¿No te parece infantil?
-¿La historia?Mucho. Pero todas las historias van hacia algún lugar y no son siempre para niños o adultos, en ocasiones se mezclan tantas equivalencias con la rutina que nadie puede decidir con imparcialidad si dejarlas de este o aqueste lado, esa es la virtud.
-¿La virtud de qué? -pregunté, inocente como un querubín.
-Pues no sé... la fina línea que separa los cuentos del relato para adultos; síguela y tal vez te encuentres en un motel de carretera.
A punto de protestar intuí que aquel ingenio exraterrestre tenía los días contados.
viernes, 1 de noviembre de 2013
MARY POP
Mary
no estaba en su casa. Mary no estaba en el tejado. Mary no estaba con
el gato. Mary dejó de
estar
ensangrentada, la ensangrentada Mary. Mary dejó el paraguas al
entrar, el suelo resbaladizo por
la
lluvia, mojado por el agua, el agua del paraguas escurriendo calle
abajo. La cabeza de la
atolondrada
Mary con los cabellos empapados.
No,
Mary no estaba en su ataúd, la pobre Mary. Con sus uñas afiladas.
Aquí no no hay niños, Mary, delante del espejo se puede pronunciar
su nombre. ¿A qué vamos a jugar para justificarnos? La inocencia es
el primer lastre que se abandona, oh, Mary, es que ya no hay caras
felices. Pero creo lo sabías.
Tarde
o temprano anochece.
Raquel Sequeiro & Alejandro Bentivoglio
Raquel Sequeiro & Alejandro Bentivoglio
Μινόταυρος (Beautiful Things)
Terminaron
por sentirse doblegados, hundidos y cercenados, terminaron por
copiarse las palabras los juegos y los infames pensamientos,
terminaron embarullados en el principio que no era otro
que
el mismo principio de siempre igual de confuso. Terminaron atrapados
entre cuerdas, entre saltos al vacío y explicaciones demasiado
tontas. Terminaron perdidos, casi sin saber cómo mirarse. Terminaron
tomados de las manos, corriendo siempre hacia diferentes amaneceres,
cada cual más brillante.
Raquel Sequeiro & Alejandro Bentivoglio
Soy un libro
En el anaquel se la izquierda está ese libro avejentado que yo escondí entre todos los libros que quedan en el mundo. La guerra fría se llevó todos a un bunker, incluso a mis hijos, a los hijos de mis hijos y a los hijos de los hijos de mis hijos. He vuelto a ser un árbol frondoso. Los habitantes de las islas se recuestan en mis ramas y, antes de dormir, abren un libro.
El plagio del juez
Mijael Oh, crítico literario de la Editorial Ibrahim que convoca, está
preso en La Isla. El juez del caso presentó una novela a concurso que,
según Oh se basa en historias apócrifas del texto hebreo arameo del
Tanaj. El juez Roggio dice que la trama de su novela es falsa y que el
crítico miente. Agrega que él no sabe leer hebreo arameo, mal podría
haberlo plagiado. La noticia toma lugar en los medios periodísticos, en
las redes y por supuesto en los círculos literarios. Mijael está preso
en La Isla, con la falsa novela del juez por compañía.
—¿Por qué falsa? —pregunta su compañero de celda.
—Ni yo lo sé —responde Mijael—…para defenderse de mi acusación y confundirnos.
Una cámara suscita su atención: están siendo grabados. Yamnia, la periodista, se queja del frío que hace en todas las habitaciones.
Ada Inés Lerner & Raquel Sequeiro
—¿Por qué falsa? —pregunta su compañero de celda.
—Ni yo lo sé —responde Mijael—…para defenderse de mi acusación y confundirnos.
Una cámara suscita su atención: están siendo grabados. Yamnia, la periodista, se queja del frío que hace en todas las habitaciones.
Ada Inés Lerner & Raquel Sequeiro
Altamira
Los coptos nos tienen acorralados, los egipcios no nos dan tregua, los
sumerios se han despertado de su largo sueño… No sabemos cómo nos
hundimos en esta cueva y todos los otros nos persiguen sin poder guardar
aliento. Ahora, encerrados sin alimento, nos dedicamos a hacer dibujos
en las paredes.
—¡Mira qué bonito le salió el búfalo al nene! —gritaste eufórica.
—Sí, sí. Muy bonito. Lástima que no sirva para llenar nuestros estómagos —contesté sarcástico.
—¿Ah, no? Ven, acércate. Dale un mordisco. Está un poco duro, pero dadas las circunstancias...
Cuando finalmente lograron entrar las hordas salvajes, no pudieron
distinguirnos entre las pinturas estampadas sobre la roca. El camuflaje
resultó perfecto y sospecho que nosotros viviremos por siempre, o al
menos hasta que la cueva se derrumbe por efecto de alguna catástrofe.
Ellos, en cambio, serán presa fácil de los depredadores que acechan a la
sombra de los riscos.
Raquel Sequeiro & Fernando Puga
Año 2024
No han caído en la cuenta de
que, desde hace mucho, nadie sale de casa, las calles están desiertas,
en los patios del colegio no se oye a ningún niño, la leucemia los ha
derrotado a todos. Ya no se dan cuenta que el mundo no es blanco y
negro, sino de colores. Ya no entienden, ni evalúan.
Yo me he dado cuenta, en el silencio de las teclas del ordenador, que este pueblo vacío está congelado y que, para descongelarlo, tendré que volver.
Yo me he dado cuenta, en el silencio de las teclas del ordenador, que este pueblo vacío está congelado y que, para descongelarlo, tendré que volver.
Rigor mortis
El peatón cruzó a paso ligero dos pasos de peatones verdes, un cuarteto
de escaleras rojas y siseantes, un mirador y a un marinero impertérrito
mirando al mar.
—Me hago mayor —susurró el viejo—. No sabía nada de Ciudad Fantasía. ¿El reto de no perder la ilusión, le llamáis? —agregó, sin dejar de mirar por el diminuto agujero.
—Si no dejas el catalejo, viejo, todo lo verás disforme. Acércate a la ventana. Yo me voy a trabajar; aún tengo que cruzar un acueducto.
—Me hago mayor —susurró el viejo—. No sabía nada de Ciudad Fantasía. ¿El reto de no perder la ilusión, le llamáis? —agregó, sin dejar de mirar por el diminuto agujero.
—Si no dejas el catalejo, viejo, todo lo verás disforme. Acércate a la ventana. Yo me voy a trabajar; aún tengo que cruzar un acueducto.
El pueblo
Cuando tengo los ojos azules, mi frente es de un color cerúleo. Nada de
esto preserva una gran importancia: mi incapacidad para cortarme las
uñas, sí, o para jugar al bádminton, o para comer chicle, pese a que soy
juez y tengo cuatro hijos, que, en el árbol genealógico serían
señalados como murciélagos, otros tantos como licántropos y unos pocos
como vampiros y hadas; con semejante descendencia apenas puedo cerrar
los ojos un instante al día, a lo sumo. Por suerte las brujas del pueblo
empiezan a cotillear y ya sabemos aquí que de parecer a ser hay un
corto trecho.
La rata
Era una bruja de las mejores. Barría
la casa con la escoba y ¡voilá!, desaparecían todos los muebles y la
rata de la casa. Era ésta pequeña, peluda y enfadadiza, un tanto obtusa,
y lo peor era la estrecha largura de su hocico. Irene desmontó en
pedazos la fregona, se llevó el aspirador hasta el armario e intentó
mover la escoba, pero esta no le hizo caso. En estos instantes es la
rata, quien, agazapada, conseguía dar caza a la escoba, tumbarla,
amedrentarla y colocarla en su sitio.
El topo
El aislamiento en el que vivía Dardo Amoroso procedía de su exagerada
destreza para hacer cualquier cosa que se propusiera. Cuando lo
frustraban no le resultaba difícil destacarse en algún otro plano,
desarrollar un aspecto alternativo del invento o descubrimiento fallido,
aunque lo que no podía evitar era esconderse, ocultarse del mundo y de
la gente. Pero nunca se preocupaba mucho por nada ni durante demasiado
tiempo. Salía en las horas de luz nocturna, cuando las farolas grandes
estaban apagadas y los diminutos LEDs encendían los recónditos rincones
de la ciudad. Pese a ello seguía incólume en su ostracismo. Al topo que
caminaba bajo la hierba del parque le pareció un tipo sumamente
interesante; a Dardo Amoroso le importaba sólo hacer fotografías, se
había estropeado su ordenador y no le apetecía dibujar. Por la mañana le
haría una visita a Onda Acuática para dejarle un regalo en la bañera.
Sergio Gaut Vel Hartman & Raquel Sequeiro
Sergio Gaut Vel Hartman & Raquel Sequeiro
En el siglo venidero
Y la adolescente victoriana dejó ver un trocito de su cuello, el escote
que languidecía y suspiraba de amor y congoja y la dejaba embarullada de
amor y de celos. Su enamorado estaba en la ventana con la criada.
Supuso, viéndolo todo desde el jardín, que esos eran los idilios
secretos del marqués, no tan secretos puesto que ella los veía y... El
padre interrumpió sus pensamientos. Llegó a caballo, con el perfecto
traje de montar de un ilustre mayordomo y la sacó de sus ensoñaciones.
El visitante del piso de arriba estaba al salir y ella decidió esperarlo
porque el reparo de su padre únicamente confirmó lo que ella tanto
deseaba: nunca pensaba en los sinsabores y estaba dispuesta a irse con
su fugitivo mental. Mojó su pelo en la fuente. El marqués siempre se
imaginó que ella tardaba una eternidad en limpiarla.
Raquel Sequeiro & Cristian Cano
Raquel Sequeiro & Cristian Cano
Vida interior
Le recorro los labios con mis pasos cortitos, ligeritos. Busco la fisura que me permita el ingreso a la oscura oquedad de su boca, pero la rigidez impide separarle los labios. Giro. Voy y vengo por el camino rojo que va palideciendo hasta hacerse morado y que se desinfla después del pinchazo que doy con mi aguijón. Se abre la compuerta. En el intento terrorífico de no quedar atrapado me fijo en los números del sello que hay en la puerta, si no los recuerdo todos no podré volver. El aguijón se me cae a pedazos, llego cuando casi no tengo oxígeno y observo el corazón latir. Unos cuantos arreglos de soporte al ser de inteligencia artificial y el ciclo vital está completado. QI (flujo vital de energía): 3000 trillones; injerto en válvula izquierda. Informe del insecto máquina Herb. Está muy oscuro. 3456836549365456, no era. 2347689045637289, tampoco...
Fernando Andrés Puga & Raquel Sequeiro
Un largo pasillo hasta el otro lado de la calle
Hay una diferencia entre la melancolía y la latente depresión del muerto que atisba la casa contraria y se ennoblece mirando cuanto hay al otro lado de la calle llenándose la vista de ojos, de coches, de árboles, de farolas, de habladurías, de susurros, de soles, de lunas, de parques, de hondonadas, de valles… Le llegaba la vista tan lejos que creyó por un momento que era Dios, luego se sostuvo la mirada frente al espejo. Su hija Cati le explicó en un susurro que las nuevas gafas eran mágicas. Ernesto se quedó boquiabierto, con la baba colgándole del labio inferior; pasaron un par de coches. Ernesto aún vivió doscientos años más; ahora soy yo la que lleva las gafas.
Batalla naval
El capitán grita.
Brillantes las naves, que briosas en sus nubes de adoradas velas azotadas al viento cual cabelleras doradas y flamígeras, hunden sus garras en los confines oceánicos perlados de lacustre almíbar coralino.
—¡Basta! Me hundo —declara el capitán con el agua al cuello y la desesperación hasta la coronilla.
Brillantes las naves, que briosas en sus nubes de adoradas velas azotadas al viento cual cabelleras doradas y flamígeras, hunden sus garras en los confines oceánicos perlados de lacustre almíbar coralino.
—¡Maldito loro! ¡Deja de repetir mis versos! ¡No ves que estoy muriendo y jamás podré corregir tanto floripondio!
Brillantes las naves, que briosas en sus nubes de adoradas velas azotadas al viento cual cabelleras doradas y flamígeras, hunden sus garras en los confines oceánicos perlados de lacustre almíbar coralino.
La batalla ha terminado el capitán jamás volverá a escribir y el loro en vuelo libre repite…
Raquel Sequeiro & Lucila Adela Guzmán.
Pensativa
Había una caja de música, una caja de música verde, con los bordes
deslucidos y las tapas gastadas, era, no obstante, mi caja favorita, en
ella atesoraba cucarachas. No podía llevarla a ninguna parte debido a
que dejaba de sonar y las cucarachas morían por falta de música, la
música es pues una de mis pasiones frugales. Añoro los días en que esa
caja de cuerda antigua era una caja para guardar cucarachas.
—Abuela, ¿cuándo se convirtió en una caja de estas? —Le da unas cuantas vueltas.
—Hace poco. ¿Conoces al relojero?
—Lo conozco. —Se quedó pensativa—. Es el relojero loco —dijo, frunciendo el ceño.
El relojero vive después de los humedales.
Cierto es que funciona raro y que la cuerda dura eternidades.
—¿Loco por qué?
—Porque le da sus tuercas a los relojes.
—Abuela, ¿cuándo se convirtió en una caja de estas? —Le da unas cuantas vueltas.
—Hace poco. ¿Conoces al relojero?
—Lo conozco. —Se quedó pensativa—. Es el relojero loco —dijo, frunciendo el ceño.
El relojero vive después de los humedales.
Cierto es que funciona raro y que la cuerda dura eternidades.
—¿Loco por qué?
—Porque le da sus tuercas a los relojes.
Laboratorio de sueños
Arrojó el cigarrillo al charco y saltó. Había estado pensando en
Gustavson, el único paciente con el que se sentía ligado por una
relación afectiva, un sueco con el que uno podía conversar sin sentir
que lo hacía con un imbécil. Pero eso no era suficiente para hacerle
cambiar de idea. El mundo es un nido de idiotas, reflexionó, un agujero
negro de miserables y pervertidos. Gustavson le había contado todos sus
sueños, pero no lo hizo para que los investigara y lograse descifrar
algo, lo hizo para que el viaje fuese menos monótono, para que,
momentáneamente, el hecho de no vislumbrar tierra y estar terminando las
reservas de comida resultase menos pretencioso. Había un laboratorio en
el camarote de Gustavson y a él le gustaba llamarlo de una forma
especial, porque, al abrir la puerta del espejo, el mundo dejaba de ser
sólo agua y un barco solitario.
Sergio Gaut Vel Hartman & Raquel Sequeiro
Sergio Gaut Vel Hartman & Raquel Sequeiro
Guardianes interplanetarios
—¿Lo has pensado bien?
—¿Pensar qué? —dijo.
—Ser un peatón verde. Uno de los nuevos. Como aquel de allí —señaló
al otro lado de la carretera, hacia la otra acera blanca, lisa y susurrante—.
Aquel es un phlauto; siguen todas las normas del código de circulación
canónico.
Al pequeño Wlist se le llenó de líquido la pleura, por la
ansiedad. Se vio reflejado en uno de los múltiples espejos de los enormes
edificios alineados, extravagantemente planos, monocordes y rectangularmente
altos. Echaba de menos la cuadra de Magenta, su yegua, y la vasta estepa, en el
otro planeta. Se desencadenó la vibración de siempre: ese choque de placas tan
extraño.
—Regresamos en segundos y visualizamos el plano de este.
Wlist se quedó confuso; no se movía ni un corcho.
jueves, 31 de octubre de 2013
Arte concentrado
Este es el micro de Alejandro Bentivoglio - referente de las microficciones, un gran tipo con una inmensa
capacidad creativa, que sin duda eleva este género literario al de 'arte concentrado'. Nacido en Avellaneda en 1979, en 2006 publicó Revólver y Otras Historias del Lado Suave (Letras del
Sur Editora) y en 2008, Dakota/Memorias de una Muñeca Inflable. REINA DE LA BELLEZA, del que tuve la oportunidad de hacer una (REMIX VERSION) fue mi primer contacto con este gran escritor de pequeñas( por formato y no por contenido) ficciones.
miércoles, 20 de febrero de 2013
REINA DE LA BELLEZA (REMIX VERSION)
Aparece frente a mí una mujer muy
hermosa. Tiene el cabello rubio hasta los hombros y lleva puesto un vestido
verde que deja al descubierto un par de piernas perfectas. Me pide sin disimulo
que la desvista. Me acerco a ella por detrás, en silencio, y levanto sus ropas.
Encuentro una complicada pieza de relojería en vez de cuerpo y muchos
engranajes y tubos que no imagino para qué podrían servir. Me quedo observando
las piezas: un émbolo dentro de un tubo transparente, una turbina; el cristal,
un ión de torio; las ruedas dentadas, las válvulas. ¿Emitirá radiación en ese
punto en que el calor sea extremo? Le doy la vuelta. Por delante es de una
silicona apretujada que se desliza suave al contacto de mi mano, expandiéndose.
Pregunta si es una mujer y la quiero para mí. La voz es metálica, completamente
interna. No es una muñeca. Es extraña en todos los complejos instrumentos que
encuentro distribuidos.
Pienso por qué levanté la tela la
primera vez, en un simple impulso, la inequívoca sensación de un polvo extragaláctico,
cuando todos estamos conectados como estrellas rojas y nos confundimos en una
galaxia propia, o sólo para mirar. La habitación estaba caliente. En mi corazón
era una habitación llena de abalorios, ropajes, muebles arcaicos, irregulares,
es lo que ven mis ojos. No tiene rostro. La dejo caer en el sofá, donde la he
arrastrado. Me sonríe. Ese rostro sin labios, sin ojos. Quiero ver, ver lo qué
es, ver... Ponle un rostro, me dice ella, ponle el que tú quieras. Estoy solo
en la habitación. En la mesa, tumbada, descansa la mujer desnuda. Construyo una
cara para ella, la dejo salir. Quiero los pómulos altos y una boca hermosa y
cálida, la amplitud de la mirada de un ciervo, los ojos marrones con el nervio
óptico que sujeto a la sustancia sanguínea con cuidado. Suelto el vestido, ella
se da la vuelta para sonreírme enigmáticamente, pero ya no estoy allí. Ella se
desajusta, cada 14 millones de años, una décima de segundo; le incrustarán
láseres y más turbinas. El reloj no es una maquinaria obsoleta. Han pasado
ochenta años desde la construcción del primer reloj atómico; la dinámica del
tiempo impreciso de Einstein. Es su rostro al pasear: como se escurre la lluvia
y yo me empapo por completo. Siempre las mismas caras. Hay montones de ellas.
Montones de vestidos verdes, de bellezas sempiternas y engranajes articulados
en la parte trasera, millares de células que me sirven para terminarlas, y
millares de esas... Muñecas sin cara. En el 2022, me incluyeron en un proyecto
que combinaba la robótica, la estética y la moda, tejidos creados con sangre
que se adherían a la silicona líquida; doscientos profesionales manipulando
máscaras y bocetos; científicos articulando relojes nucleares que luego se
vendían en showrooms de un gótico estrafalario. No quiero contarte que me
amputarán los brazos. No quiero saber que algún día seré como tú y que me
observarán de frente, y por detrás seré una máquina precisa de medición
temporal, no es una pesadilla que pueda borrar de mi mente al despertar y
meterme en la ducha, bajo el agua caliente. Mi amigo me encuentra en estado de
enajenación, mirando hacia la ventana. Todos los perfiles que he construido se
repiten en mis sueños. ¿Hiciste un rostro diferente? Sí.
Versión Original, Alejandro Bentivoglio. Reversionado por Raquel Sequeiro.
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